Aquí estoy sentada en esta habitación de cabaña, acostada en una cama, junto al calor de una chimenea, y con el ventanal del balcón abierto, para poder ver las estrellas que se confunden con las luces de las luciérnagas.
Respiro, y el olor a pino nocturno que se confunde con el humo de la chimenea, en un silencio que se pierde en los tangos de unos vecinos, me permiten pensar, recordar y hasta extrañar.
Tú, computador intruso, que me acompañaste sin invitarte a este encuentro conmigo misma,
eres testigo de esta alegría, por saber que ahí estás jugando en el alma mía.
Sólo tú, intruso y testigo, puedes dar fe de lo que siento, y de que aun siento desconcierto por tus palabras cuando me miran.
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