Ana estaba petrificada,
era una sensación tan rara que casi podía verse a ella misma,
ver sus gestos de asombro, y la sensación de ese vacío
que deja el desengaño.
Sentía que debía salir de su propio cuerpo para no reaccionar.
Al frente suyo estaba Marcela,
una mujer de muchos sueños y grandes sufrimientos,
que la hacían fría, calculadora y muy mañosa.
Ana no entendía porqué Marcela gritaba y vociferaba,
No entendía por qué hacer un escándalo a la única persona
que había sido sincera y leal con ella,
a la única persona que había tenido la grandeza
de mirarla a la cara y decirle donde estaba parada.
Pero ella vociferaba e insultaba,
Y Ana lo único que entendía es que
estaba tan equivocada Marcela, que no a su cara la miraba.
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