sábado, 15 de junio de 2013

Sentada en un café

Sentada en un café, a Clara le rodaba una lágrima por la mejilla, su corazón latía a mil y en su estómago se revolvían sensaciones encontradas: la satisfacción de  de tener la razón, el miedo de la soledad, y la frustración adobada con la soledad.

Su mirada estaba fija y perdida. Al fondo, en la esquina se perdía una pareja cogida de la mano.
Clara sabía que la única opción para alejarlo de su vida, era sacarlo de su anonimato, pero también sabía que esa ofensa sería la que lo impulsara a luchar por la nueva chica.

Esteban era un hombre terco, testarudo y egocéntrico. Y si algo lo movía era ganar su punto y sentir que tenía la razón. Por eso cuando Clara lo obligó a confrontarlo con su nueva amada, era retarlo a jamás dejarla.

Era lo que Clara deseaba, pero ese día entendió que no siempre se gana al tener la razón, que lo que se quiere no siempre le da brillo a los ojos, y que en ocasiones hay que ser mucho más fuerte, cuando se quiere cuidar el corazón. La satisfacción del deber cumplido estaba acompañado de un profundo vacío, muy bien tallado no por la perdida, sino por la sensación de haber perdido la cuenta de tantas veces que se equivocó en la mesa

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