jueves, 1 de enero de 2015

3 cosas que deberíamos borrar de nuestra Navidad

Esta Navidad, en especial, ha sido para mí una Navidad especial. Debo reconocer que en los últimos años no era la época favorita, pues me recuerda la poca familia que tengo, y el tiempo compartido de mi hijo, resaltaba ese vacío.

Sin embargo, en esta ocasión debo darle Gracias a Dios, pues mi diciembre fue todo un Cuento de Navidad, y si bien no me llegaron los fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuras, ni me creció la familia por obra de gracia, si la vivía desde el corazón, como el cine nos dice que debe ser, y me gustó.

Y en medio de tanta reflexión, y tanto compartir con la gente en la calle, me di cuenta que hay 3 cosas que debemos borrarle a nuestras tradiciones navideñas, y la verdad no se me ocurre cómo cambiar la conciencia de tanto inconsciente:
  1. En repetidas ocasiones he visto como personas se muestran intolerantes a aquellos que no tienen el mismo nivel cognoscitivo, y tratamos de tontos a personas que sufren de algún tipo de autismo y pueden pasar horas y horas golpeando un tarro con el mismo palito.  Pues la verdad esa acción no es muy distante a aquellos que disfrutan de encender un cerillo y quemar y quemar pólvora, cuyo placer se limita a escuchar el mismo tas, tas, similar al de un tarro. ¿Qué profundidad tiene esto? ¿Qué Navideño puede ser hacer ruido? Por más que intento entender este absurdo comportamiento, son más los defectos que atractivos que encuentro. Es aquí cuando entiendo lo que quieren decir los exámenes que tantos titulares se robaron en el 2014, y es que definitivamente los problemas de nuestra educación, se ven reflejados en actos de muuuy bajo nivel cognitivo. ¿Quiénes son los tontos?
  2.  Aún recuerdo la emoción cuando pequeña me unía a un grupo, que por lo general era familia, para elevar un globo. La primera vez que sostuve una punta y comencé a sentir cómo el globo comenzaba a halar, fue algo mágico. Debo reconocer que es de esas tradiciones que realmente lograban generar el espíritu de equipo o familia. Todos nos necesitábamos para lograr elevarlos, y verlos en el cielo era algo fantástico, y ni se diga la emoción cuando uno veía que uno se estaba cayendo y no se había quemado. No se cómo nunca nos atropelló algún carro. Sin embargo, esos minutos de felicidad pueden ser lo que detone un gran incendio, quemar algún bosque o dejar a muchas familias sin empleo, y no es un cuento, son varios titulares que ratifican el peligro de estos. ¿Si elevar globos es parte de la Navidad, por qué una tradición egoísta que nos impide pensar en el daño que podemos causar? Ya son muchos menos, pero oyendo a unos niños a los que le ayudaban a su abuela a construirlos para venderlos, me doy cuenta que la ignorancia no nace de la educación académica, está en el ejemplo.
  3.  Permitir que los niños pidan plata para el muñeco en las calles, me parece un absurdo y un principio de una problemática social muy delicada, asociada a la mendicidad y a la promoción del licor en los menores de edad. ¿Será que sus mamás no ven esto?  Debo reconocer que soy una amante de los muñecos. Para mí es el clímax de un ritual de año nuevo que nos invita a reflexionar, dejar atrás lo que hay que dejar y proponernos metas para el nuevo año.  También sé que no cualquiera los debe quemar, y hay lugares donde se puede realizar, no en cualquier calle de la ciudad y mucho menos, llenándolo de pólvora como mucho ignorante cree que es la “tradición”. Ver en carreteras esta práctica no es nuevo, pero este año me impresionó que de mi oficina a la casa, me encontrara con más de 10 “retenes” pidiendo plata para el muñeco, donde la mayoría eran menores de edad en una actitud que insinuaba algo así como : o me da o me da plata. Jóvenes recién levantados, con gafas oscuras para tapar el guayabo o para “dárselas” de “el más”. En algunos los menores eran tan pequeños que había alguna mamá sentada en lo que yo llamo promoción de la mendicidad. Y no sé si me daba más mal genio eso que aquellos que llegaban solos, seguramente sintiéndose aventureros, toreando los carros en mitad de la vía, corriendo el riesgo de ser envestidos por alguno de ellos. Lástima que el ICBF no tenga un programa para recogerlos, y para castigar a los papás que permitan esto.

En mis deseos de año nuevo yo le pido a mi ciudad un poco más de atención a la salud mental y promover el acompañamiento psicológico obligatorio mínimo dos veces al año (ojalá algún nuevo candidato de este año lo pensara), y un trabajo de mayor reflexión en nuestra educación. No se trata de enseñarnos a recitar, mi ciudad necesita aprender a pensar.

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