miércoles, 18 de marzo de 2015

Una mirada a mi ciudad desde la ruralidad

Cuando volví realidad ese sueño de vivir en el campo, a mi alrededor mucha gente se alegró pero al mismo tiempo se asustó. ¿Cómo una mujer sola con un hijo adolescente se alejaba de la ciudad a vivir en un espacio rural? ¿No te da pereza manejar 40 minutos diarios para llegar a la casa? ¿No te da miedo? ¡Ahora si te vas a quedar sola!

Así han sido los comentarios más recurrentes de las personas cercanas. Bueno, también la alegría de saber que tenían donde llegar si querían pasear.

Pero luego de más de 9 meses de haberme pasado, creo que hoy puedo hablar con más propiedad de lo que para mi significa vivir en el campo. A pesar de que en mi infancia ya lo había hecho, creo que la visión actual es mucho más completa.

A las preguntas que me hacían y me siguen haciendo, porque son recurrentes, las respuesta son claras:
  • ¿Cada cuánto recibía visita en mi casa antes de vivir en una finca? Mi papá me visitaba una vez al año y regañado, mis amigos...... En mi casa campestre he recibido amigos y familiares que nunca llegaron a ir a mi casa en la ciudad. No me siento tan sola. Incluso pienso que a veces se siente más solo estar rodeado de gente que no conoces, que rodeado de árboles que te susurran. En una finca nunca hay tiempo de aburrirse, lo que falta es tiempo para disfrutarla. 
  • Para llegar a mi anterior hogar me demoraba hasta dos horas en un trancón, como no disfrutar 40 minutos sin detener el carro.
  • Y respecto al miedo... Tantos años viviendo sola antes de casarme y luego del divorcio, creo que me han enseñado a no sentir miedo. La sensación de seguridad es las misma. Me da más miedo pensar que regreso a la ciudad donde mi hijo es más propenso a ser víctima de un atraco. Y la verdad es que aunque en el campo también hay problemas de seguridad, las personas son más tranquilas y eso me da paz.

Pero en fin, este escrito no es para dar las explicaciones que a diario doy, sino para expresar lo que me ha enriquecido el haber tomado la decisión.

Por mi trabajo, permanentemente recorro todas las comunas de Medellín, tengo la oportunidad de hablar con la gente y una de las cosas que me impresionan es que nos acostumbramos a vivir con "lo malo" independientemente del estrato.

Cuando menciono lo malo, me refiero a que se vuelve común que en los barrios de estratos bajos los niños hablen de armas, de drogas, de sicarios o de violencia intrafamiliar,  como si fuera algo normal.  ¿Normal? ¡No debería ser así!  

Por las condiciones económicas, los niños y niñas pasan mucho tiempo solos, y se vuelven presa fácil de una realidad violenta que es difícil borrar. Ahí es donde veo que los problemas de seguridad no  se solucionarán tan rápidamente como quisiéramos. Pero si llego a un barrio de clase media, también me encuentro que es "normal" que te roben el celular o la moto, que nos callemos los problemas de violencia intrafamiliar porque nadie se debe enterar, y el "importaculismo" de lo que le pase al vecino, es una realidad.

Y esa indiferencia por el otro también ocurre en los estratos altos, donde el exceso de trabajo, la congestión de los carros, y la presión que se ejerce en los altos cargos, hace que cada vez las familias compartan menos reunidas, y la ausencia se vea reflejada en ciertas rebeldías de jóvenes y adultos, quienes el estrés por llevar tal ritmo de vida, genera otras problemáticas que se intentan esconder al interior de las familias.

Con lo anterior, ya veo mucho valor en vivir en el campo. No solo la vida es más tranquila, así que al salir del estrés del día a día, llegar a un cielo bien estrellado, luego de haber pasado por un bosque, ya hay un gran descanso. El tener que esperar a mi hijo o viceversa, nos da mínimo 40 minutos de conversación diaria para saber qué hizo cada uno en el día, antes de que el noticiero o el programa de turno nos robe la atención al llegar a casa.

Y a diferencia de mi antigua unidad donde vine a conocer mi vecina inmediata 2 años después, si a mi casa se entra una vaca o algún caballo, de inmediato me llama algún vecino preocupado por que no se me vaya a dañar lo sembrado. Mi hijo no oye hablar de muertos y amenazas, y si algún día pasa un rato solo, hasta almuerzo le ofrecen o se apunta a algún sancocho. 

¿Me siento insegura? Jamás, lo que me siento es segura de ofrecerle a mi hijo la oportunidad de vivir y sentir el privilegio de VIVIR.

Pero el campo también tiene sus problemas, claro, y problemas sociales, lo que genera una gran responsabilidad en quienes llegamos a invadir espacios en los ambientes rurales. 

Muchos de los jóvenes que viven en el campo quieren irse para la ciudad, y en parte por lo que ven de nosotros los citadinos que llegamos los fines de semana a pasear o los que llegamos a quedarnos. Pues a veces los deslumbramos con un carro o algún estilo de vida que no siempre brilla, más si revisamos lo que dije antes. Además, no se dan cuenta de la falta de oportunidades que muchas veces hay en las ciudades grandes, con el nivel escolar que por lo general alcanzan en las zonas rurales.

En temas sociales como ambientales, los llamados neocampesinos, o citadinos que llegamos a vivir al campo, debemos entender que nuestra misión es cuidar nuestro nuevo entorno, y, ojalá, convencer de que no abandonen los espacios rurales a estas nuevas generaciones que quieren abandonar su propio paraíso. En ocasiones son los cambios culturales los que atropellan el ambiente social del campo. Es así como debemos llegar a adaptarnos y no a imponernos. Y aunque parezca absurdo, también debemos llegar a enseñar temas ambientales, pues es normal que el ser humano se acostumbre a su entorno y no valore la riqueza que lo rodea, lo que es el principio de cómo comenzamos a acabar nuestras ciudades.  

Y suena curioso, pero hace apenas unos meses, cuando decoraba con Navidad mi casa, una niña campesina me invitó a recoger musgo. Cuando le dije que debíamos cuidarlo y que era un delito ambiental, a ella le costaba entender el por qué, ya que como me decía: "aquí hay mucho de eso". Y es en ese tema ambiental, donde debemos compartir nuestro "mundo", lo que hemos visto, vivido y sentido en nuestros viajes y vida, para promover el arraigo y cuidado de nuestras tierras, que tanta falta le hacen al planeta.

Cuando oigo hablar de seguridad a diferentes personas y organismos en mi día a día de trabajo, he escuchado muchas veces la importancia de trabajar con los niños, pues es con ellos que hay más esperanzas de cambiar mentalidades. Pues para mi el campo es el niño de nuestro territorio, con el cual debemos trabajar para fortalecer nuestra país, desde aspectos sociales, económicos y ambientales, entre otros. Es en la esencia donde encontramos la magia de la vida. Y si vemos nuestra actualidad nacional, es donde realmente está la esperanza de la PAZ.


Nunca he sido amiga de las armas, no tengo, no había tenido cercanía a ningún tipo de fuerza armada, pero siempre he creído en el compromiso y en la corresponsabilidad. Inicié mi vida rural casi a la par con mi experiencia en la Secretaría de Seguridad. Experiencias que agradezco a la vida, para entender mejor mi ciudad e incluso la misma ruralidad. Cuando vamos a fincas poco paramos a observar cómo vive el campesino y cual es su necesidad. Hoy conozco no solo a mis vecinos, siento que conozco mejor a mi ciudad, y a la institucionalidad.

Menciono esto, porque gracias a mi trabajo he aprendido a ver diferente el campo, gracias al trabajo de los organismos con que comparto procesos, y aunque a veces me hacen comentarios jocosos por lo que he aprendido a valorar de los Carabineros, hoy contesto con orgullo Dios y Patria, porque si hay una institución que conoce de las problemáticas del ciudadano rural, se compromete tanto en lo social, como lo económico y como no la seguridad, son ellos. Un trabajo que admiro, y me ha ayudado a ver lo que hoy escribo. Y si en algo me siento identificada con ellos, es que tienen mucho de citadinos, e independiente de don de vengan, son una hermosa generación institucional, con una visión integral de neocampesinos.

Sin duda alguna, tanto vivir en el campo como en la ciudad tienen una serie de ventajas y desventajas, según los intereses y gustos. Pero lo que he vivido en estos meses, y ver lo feliz y sano que es mi hijo, cada vez me convence de que vivir en el campo no solo es una bendición, sino un privilegio. Para una mujer como yo, que estoy sola con mi hijo, la vida en el campo es mi mejor elección.



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