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miércoles, 16 de agosto de 2017

Fletero HP, es lo primero que pensé

Imagen de las cámaras de seguridad,
donde encuentran mi vehículo en la búsqueda
del delincuente a través del sistema de seguridad
de Medellín
No puedo empezar de otra manera que decir que tengo una putería ni la hp. Y me excuso con quienes me leen, que además saben que no suelo decir groserías, pero no sé cómo más expresar lo que siento, y no es solo por lo que me han robado, tengo rabia de ver lo que pasa en esta sociedad, y que no reaccionamos para entender que solo si todos aportamos y asumimos las responsabilidades propias, podremos cambiar y mejorar muchas cosas.

Por más que queramos ser optimistas, es imposible esconder que en mi bella ciudad se vienen incrementando diferentes problemáticas de seguridad. Y no son rumores, la semana pasada atracaron a mi hijo y a su novia, hoy un fletero me abordó y cuando llego a Tigo para bloquear el celular y pedir otra sim, las dos personas delante de mí, llegaban por la misma razón. No puede ser más grande el ego que una realidad para negar lo que pasa. Reconocer no nos hace menos, nos hace valientes, sobre todo si asumimos estas realidades.

A eso de las 5:15 de la tarde, me subí al carro después de tanquear, y dos cuadras más adelante, en un trancón absurdo,  me tocan la ventana con un revolver. Asombrosamente no me asusté, pero si  me dio rabia. De hecho mi reacción fue preguntarle “¿Es en serio? Mientras corría el celular en la silla del copiloto. Ni abrí de una la ventana, ni corrí a entregarle el cel.

Son segundo, pero alcancé a mirar a mi alrededor, para ver si podía arrancar mi vehículo, pero incluso no sé cómo logró pararse la moto a mi lado, pues en la vía habían autos parqueados al lado y lado, lo que limitaba el espacio de quienes pretendíamos ir en movimiento.

Mientras hacía tiempo repitiendo la pregunta: ¿es en serio?, este joven de unos 19 años, piel morena, muy delgado con una camiseta café. No era muy alto porque solo apoyaba una de sus piernas el piso, con cabello medio abundante negro, de un crespo suelto y rasgos muy definidos en su rostro, que salió a hacer su “vuelta” sin casco, por lo que deduzco que no vive muy lejos o sabe muy bien como evadir las cámaras; actuaba muy mecanizado y algo nervioso. De hecho sus movimientos iban a otro ritmo de sus palabras. Tocó la ventana con el revólver y de una lo guardó entre su pantalón, bajo el ombligo. Cuando aún no terminaba de pedirme que le entregara lo que tenía.

Mientras tanto yo le preguntaba una tercera vez: ¿es en serio? Amagó con arrancar, cuando se dio cuenta que no le había entregado nada, pero ya mis manos abrían la ventana para entregarle el celular cuando me dijo: “Entrégueme pues lo que tiene o se la hago sonar”, me dijo, sin soltar  sus manos del acelerador como cuando se va a dar inicio al movimiento de la moto. No se cómo mi mente fue tan racional que alcanzó a analizar sus movimientos y el entorno, incluso para adelantar analizar que debía hacer una vez él se fuera.

Como no tenía forma de escapar, ni de tumbarlo con el carro, porque también lo pensé, reconozco,  le entregué lo que tenía en mis manos, el celular y un monedero, en ese momento mi mente ya pensaba que debía mirar la placa cuando se moviera y llamar de una al 123.  Placa de letras confusas terminada en 98B, a mi derecha una nomenclatura que indicaba que acababa de cruzar la carrera 53, y que yo iba sobre la calle 58. Revisaba su camiseta y su rostro pensando en que se iba y de una llamaba al 123 y la red de apoyo. Un obstáculo no me dejo ver la placa completa y tampoco vi cámara en el sitio, pero se había hecho la tarea.

Pero hombre, muy bien la panorámica de observación, pero como iba  a llamar si el celular me lo habían robado. Apenas se fue se me acercaron a mirarme los de otras motos, como averiguando el chisme. Pedí una llamada al 123, pero me la negaron. 2º minutos después logré informar el hecho que me había dejado llena de rabia.

No sé si es por ser mujer y tener la capacidad de tener no sé cuántos pensamientos por minuto, pero yo miraba ese niño y me moría de la rabia e impotencia por no poder aportar más para transformar esta sociedad, donde nada de lo que “yo hago” es malo, solo cuando lo hace el otro.

Es muy complejo sentirse inseguro en su propio entorno. Por eso uno de los valores que hay que trabajar para lograr transformar una cultura que le rinde culto a la violencia, que reconoce actos ilícitos como cotidianos, y donde se nos hace normal pagar una extorsión para “el cuidado del barrio”, es la confianza; confianza para caminar, confianza en nosotros mismos, confianza para reconocer y respetar al otro.

Y la confianza se logra entendiendo el día a día de nuestras familias y vecinos, así sean de barrios distintos. La inseguridad de Medellín no desaparece de un día para otro, ni con un helicóptero ni con más policía. Una ciudad segura no la logra ningún alcalde en específico.  Es algo de lo que me convenzo cada día más. SI queremos una transformación real debemos renovar nuestras creencias y conocimientos frente a la seguridad y la convivencia. Cosas que no se logran sobre un helicóptero,  encerrado en una oficina, o saliendo a perseguir a un par de delincuentes específicos.

Debemos partir de escuchar al otro con los cinco sentidos, lo que requiere un trabajo en las calles que genere un conocimiento específico de las dinámicas de cada comuna, porque aun el mismo delito se desarrolla de manera diferente en cada barrio. Una mayor intervención social que forme y sensibilice a la comunidad en las causas y consecuencias de las diferentes problemáticas, y donde sobre todo recordemos que el compromiso de la seguridad es de todos.

En estos días, mientras en el corregimiento de Altavista aparecen cada día nuevas historias que parecen más de una guerra, que de cualquier otra cosa, la Alcaldía de Medellín propuso una actividad institucional que se llamó “Yo abrazo a Altavista”, que si bien no resuelve el conflicto, si busca generar precisamente confianza, y eso me encanta. El problema es que estas actividades no deberían ser reactivas, sino permanente, de ahí la importancia de volver a darle una mirada complementaria a la seguridad, y no puede ser de otra forma que con intervenciones sociales de cara a la seguridad y la convivencia.

Por eso al ver a este joven, de no más de 19 años, que por el lugar de los hechos y las dinámicas delincuenciales en cercanías a ciertos corredores, seguro vive en un barrio no muy lejano al de ese niño que recuerdo a cada rato en la comuna 2, quien me dijo hace 4 años que a él no era que le gustara mucho estar en la cívica juvenil de la Policía, pero que si no estaba allí, se lo llevaban para la esquina.

¿Qué sería de la vida de este chico, si en vez de aprender de la “escuela de la calle”, hubiera tenido la oportunidad de estar en espacios donde mientras aprovechara el tiempo libre aprendiera de convivencia, seguridad, y valores?  Y es que las cívicas juveniles de la Policía son una opción que se puede fortalecer o complementar, pues trabajan con los menores a través de la música, de otros tipos de arte y el juego, para fortalecer y promover valores ciudadanos a partir de la promoción de la seguridad y la convivencia

Si bien no niego la importancia de la operatividad de nuestras fuerzas armadas para mantener el orden y atacar la delincuencia, los problemas de seguridad no se solucionan con más cámaras, más policías o más armas. Combatir la delincuencia es importante, sin duda, pero de la mano debe haber un trabajo para generar transformación social y una promoción de la corresponsabilidad.

Mientras no cambiemos formas de entender la dinámica de la inseguridad, donde la sociedad civil incluso sataniza en redes a quien ejerce el control social y al mismo tiempo se queja cuando se siente víctima y no encuentra a quien le pueda acompañar para a ejercer el mismo control del que en otro momento se quejó, no vamos a ver transformaciones reales.

Alguna vez un buen amigo me gozó un trino en el que ponía la palabra corresponsabilidad, y me decía que sonaba muy institucional, que esa no era una palabra de un ciudadano común. Y si, tiene razón, no es una palabra que usemos mucho, y menos que la apliquemos. Pero sin duda la corresponsabilidad es clave para todo proceso de transformación social, pero también es claro que es más fácil encontrar la corresponsabilidad cuando hay confianza. Con Corresponsabilidad y Confianza, sin duda construimos la verdadera paz en el campo y en La ciudad.

Por eso invito a las diferentes autoridades, no solo de Medellín donde sufrí tan incómodo suceso, sino a todos los que de alguna manera se puedan sentir aludidos por su trabajo institucional con el tema, a que trabajemos juntos por fortalecer o cambiar las bases en las que TODOS seamos responsables. Dejemos los egos a un lado y no ignoremos procesos que en otras administraciones venían aportando. Se vale construir sobre lo construido, y mejorar lo ya vivido. Y al ciudadano común que hoy me lee, también lo invito a conocer y vivir la palabra corresponsabilidad, no importa que no veamos a los otros que ya se nos hayan unido a esta invitación. Por mi parte en este hecho, lista mi denuncia, y la información del hecho a las autoridades, porque si bien no creo que aparezca el celular, lo que me sucedió a mi le sirve a la Policía para tomar acciones, capturar o prevenir .

Eso sí, concluyo mi texto agradeciendo al Gestor de Seguridad de la Alcaldía de Medellín en la comuna 10, y a la Policía Metropolitana, porque aunque no quedó grabado le hecho y me pude comunicar pasado un buen rato, el acompañamiento y reacción me recuerdan que en la institucionalidad si se puede confiar. Solo nos falta a los ciudadanos, aportar.



sábado, 20 de agosto de 2016

No me lo dijo la Policía, lo entendí solita

Quienes me conocen desde hace un buen tiempo, notaron que mi paso por la Secretaría de Seguridad realmente me marcó. Si bien antes de esa experiencia, jamás había tenido relación alguna con alguna fuerza pública, hoy hay quienes creen que trabajo para la Policía. Y aunque admiro y apoyo incondicionalmente la institución, mi compromiso es de corazón con contribuir con una transformación social, hablando de seguridad.

Para los ciudadanos comunes el verde oliva de los uniformes representa en muchas ocasiones aspectos negativos por desconocimiento y por culpa de los medios. No voy a decir que es una institución perfecta, mi admiración es honesta y reconoce que no lo es, como no es perfecta la humanidad. Amo mi profesión y tengo colegas que dejan mucho que desear.

Digo por desconocimiento, porque solo preguntamos por la Policía cuando tenemos un problema o cuando vemos una crítica o cuestionamiento en algún medio. Y es que en nuestro país hemos aprendido, no entiendo por qué, que las noticias tienen que ser negativas, con muy pocas excepciones como el caso del deporte. Y sin darnos cuenta terminamos actuando poniéndonos la camiseta de señalar, si la noticia es negativa y del triunfo si es positiva. Pero ¿Dónde está nuestro compromiso? ¿Nuestra corresponsabilidad?  

Y SI, digo corresponsabilidad en la realidad nacional, porque así como el apoyo al deporte desde nuestra cotidianidad familiar y laboral contribuye a lograr triunfos olímpicos (ya bien hemos resaltado el esfuerzo personal de quienes nos representan de manera internacional), si no fuera por algunos jefes flexibles en tiempos, o del esfuerzo familiar para cambiar una salida por pasajes para entrenar, hoy Colombia no celebraría 8 medallas olímpicas. La ayuda del Gobierno es poca, pero no es una barrera. Y hoy que los dirigente se dan cuenta de lo mucho que impacta económicamente a diferentes industrias (deportivas, mediáticas, publicitarias, entre otras) y al acercamiento con la comunidad gracias al éxito deportivo, con seguridad comenzará a ser más fuerte el espacio en la agenda política nacional y local. Entonces, mirándolo de este modo, GRACIAS familiares y amigos de Ibargüen, Pajón y demás, ellos son héroes silenciosos.

Y así como en el deporte, en la seguridad también podemos ser corresponsables, con un ingrediente adicional, y es que tal vez en todas nuestras casas no hay deportistas potenciales, pero en todas si practicamos la convivencia, fortalecemos valores y construimos cultura ciudadana, que por la historia de nuestra realidad nacional, no siempre es de manera positiva. De lo que si estoy segura es que en la mayoría de los casos no es de manera consciente y mucho menos mal intencionada, es simplemente supervivencia.  Y es este punto es el que me hizo valorar la labor de miles de Policías y Soldados que hoy recorren cada rincón de nuestro país.

Salir a recorrer todas las comunas y corregimientos de Medellín como Comunicadora de apoyo al trabajo de intervención en territorio, con articulación de todos los actores oficiales y militares, me permitió no solo conocer mucho del trabajo de estos hombres y mujeres que incluso en algunos casos no dimensionan la gran y desagradecida labor que desarrollan, y digo que no dimensionan, porque a veces, como todo ser humano terminan mecanizando su labor, con la firmeza de cumplir con unas responsabilidades y procedimientos, que sin darse cuenta también fortalecen corazones y sueños de los que por su entorno no se imaginan futuro. Nos pasa a todos, no es sino ver la frialdad de algunos médicos para hablar de una enfermedad o la destructiva forma de escribir titulares, en la prensa nacional.

En el entorno en el que crecí, tal vez la labor de prevención en seguridad no era ni es muy cotidiana. Recuerdo que en mi adolescencia lo más cercano que estuve de la Policía fueron los escoltas de civil que asignaron a la ruta escolar, cuando la guerra de la mafia en mi ciudad amenazó a los “hijos de papi”.

Hoy, entendiendo la gran labor que va mucho más allá de recorrer las calles o pararse en una esquina para disuadir al delincuente, que es tal vez lo que la mayoría vemos. Y no es sino recordar algunos comentarios para exponerles lo que hoy veo, como el de un joven de unos 14 años en un barrio vulnerable de Medellín (omito a conciencia el nombre de la comuna para no seguir sumando a la estigmatización de algunos barrios llenos de bellas personas), quien hace parte del grupo juvenil que lidera la Policía de Prevención Comunitaria, quien me dijo mientras se tomaba un refrigerio en medio de un evento, que si bien a él no es que le gustaran todas las actividades que realizaban, tenía muy claro que en su cuadra quienes no estaban cerca a la Policía eran obligados a trabajar con los grupos al margen de la ley, y el conservaba el sueño de ser algún día un buen profesional.

Otro joven de unos 13 años, integrante de otra cívica infantil y juvenil de la ciudad,  en medio de una ceremonia a la que pudo asistir por un sencillo favor que le pude hacer al ver una dificultad puntual, y en la cual yo estaba haciendo el registro del evento, se detuvo en medio del acto y pensando en voz alta mientras le daba la mano a un Coronel y 2 Generales, expresó: “Ahh no soy capaz, dañé el protocolo”, y acto seguido desvió el recorrido y se fue abrazarme tan fuerte, tan fuerte y con lágrimas de emoción, haciendo llorar a medio auditorio que no solo no conocían el hecho y tampoco escuchaban lo que me decía al oído: “gracias, gracias;  usted creyó en mi con su apoyo, y no sabe cómo me ayuda a entender que todo es posible”.

Esta administración no vio necesario mi aporte en la Secretaría de Seguridad, tampoco soy empleada de la Policía, pero quienes saben que HOY acompaño un proceso de una de estas Cívicas Juveniles de la ciudad, podrán entender por qué estoy ahí, y por qué no veo como un favor que hago a la Policía, sino un gran honor saber que me permiten aportar a esta bonita labor. Y si sigo hablando de seguridad y me enorgullezco contando las cosas buenas que me doy cuenta que hace esta institución, es porque estoy convencida que con pequeños actos, y un poco de terquedad, algo puedo hacer para que todos entendamos, como lo hice yo, que la seguridad no la hacen otros, la hago YO en mi propio entorno, y cada uno de nosotros con lo que hacemos y decimos.

Somos unos ingenuos, y en algunos casos sin darnos cuenta ayudamos a fortalecer más a la delincuencia a la que tanto tememos y creemos que pedimos combatir, pero si destruimos sin misericordia una de las bases más sólidas del trabajo policial, que son la confianza y la credibilidad. Y sé que muchos me dirán que hay razones para no confiar, pero cada que pregunto por qué, el 90% de las personas me argumentan con hechos de un conocido de un conocido, ni siquiera nos damos la posibilidad de conocer, intentar y aportar.

¿Cómo podemos enseñarle a nuestros hijos que nos respeten, que respeten a sus docentes, o a cualquier referente de autoridad si somos felices haciendo chistes burlones de quienes deben hacer cumplir la norma? Insisto, no todos son perfectos, pero la meta es fortalecer la institucionalidad y muchas cosas pueden cambiar. De esto estoy segura ¿No puedo yo como ciudadano cambiar la institución policial? Claro, hablando de respeto, honestidad y conciencia social en nuestras familias. Fortalecer la familia también es fortalecer a la institucionalidad, así como los nuestros ellos son hijos en otros grupos familiares, que si no son nuestros hijos tal vez van a ser amigos de los nuestros, o vecinos.

Pero también podemos denunciar un acto de irregularidad, CLARO. Así como escuchamos noticias de responsables de la seguridad que cometen delitos, pero cuando vemos esas noticias no nos damos cuenta de que hubo otras autoridades que actuaron frente a esos hechos y posiblemente apoyados por ciudadanos comprometidos con la denuncia. Me consta la rabia y decepción que le da a la mayoría de los policías cuando se dan cuenta que un compañero se le olvidó cuál era su papel en esta sociedad.

Darle el lugar a nuestras fuerzas armadas, y a la autoridad en general, es limitar el actuar delincuencial, pues aunque no lo crean, los que aun en su inconsciente los respetan, se limitan más en su actuar en la ilegalidad. ¿Y no es esto lo que queremos? ¿No nos soñamos menos delitos? Sin duda somos Corresponsables.

Hace unos días, en redes, alguien que se quejaba de una situación de inseguridad y de la policía, me decía que no había denunciado a la autoridad, que había puesta la queja a los medios de comunicación y no habían hecho nada.


¡PLOP!, ¡no denunció el hecho en el conducto regular, y como los medios de comunicación no le resolvieron el problema, criticaba a la policía!

La verdad los seres humanos no nos escuchamos ni a nosotros mismos, somos felices criticando, y no nos damos cuenta de, permítanme la expresión, las burradas que decimos. ¿Los medios de comunicación estructuran operativos contra la delincuencia? ¿Desde cuándo nos creímos el cuento de que los medios son los que juzgan en este país? ¿Cuántas capturas realiza un noticiero al mes?
 Y me preocupo más al pensar y recordar las clases de ética en la universidad donde nos subrayaban la responsabilidad social de la comunicación, y viendo esta deducción incoherente de un seguidor, por no decir crítico en redes, me pregunto dónde está la construcción de país y tejido social, a través de la información, manejo del lenguaje y formas de participación de nuestros medios de comunicación.
 
Si, los medios informativos, hoy de muy fácil acceso a título personal a través de las redes sociales, y con la fuerza e impacto de los profesionales de este campo, contribuyen en algunos casos, e insisto, en algunos casos, solo en algunos, a llamar la atención de las autoridades. Pero la mayoría de las veces no nos damos cuenta que por querer hacer un bien, no hacemos daño a nosotros mismos.

Y como digo en el título de esta reflexión, catarsis, explicación, NO ME LO DIJO LA POLICÍA, LO ENTENDÍ SOLITA, después de aprender en mi trabajo en la Secretaría de Seguridad con expertos en el tema, haciendo parte de reuniones estratégicas donde se analizaba el actuar delincuencial, escuchando los miedos, temores y logros de diferentes comunidades y observando la dinámica de las redes sociales que hace parte de mí que hacer profesional, hoy les puedo asegurar que multiplicar cuanto delito vemos en redes, o los mismos que vivimos, lo que hace es generar mayor percepción de inseguridad que es algo que le encanta a la delincuencia para comenzar a actuar y la explicación es muy sencilla:

      1 .       Está comprobado que la mayoría de las “denuncias ciudadanas” en redes sociales no son reales. Se ve la misma foto hablando de hechos en diferentes, lugares y tiempos, que replicamos sin confirmar. Y este fenómeno no es nuevo, desde la aparición del correo electrónico las cadenas han sido muy dañinas para reputaciones de empresas, particulares y ciudades. En los 2 años que trabajé en un Centro Comercial de prestigio en Medellín, recibí por lo menos unos 50 correos que me alertaban de una violación en los baños de una empresa de cine que no está en el lugar, y obviamente que no había sucedido. Ese mismo correo lo recibí en varias ocasiones en años anteriores con nombres de diferentes centros comerciales. Y sé que es el mismo, porque yo misma le di reenviar la primera vez que lo vi, y me llamó la atención cuando me llegó en una segunda ocasión, meses después, con el nombre de otro mall. Me tomé la tarea a buscar en mis recibidos y confirmado, era el mismo, solo cambiaba el nombre.
   
     Y es que la delincuencia pesca en río revuelto, y en muchos casos ellos mismos cometen delitos que se encargan de proclamar, incluso con la misma foto en diferentes épocas o lugares diferentes de la misma zona, para promover el “chisme”, asustar la gente y de esta manera poder llegar a cobrar extorsiones y otros tipos de delitos, aprovechándose de nuestro miedo. Como dice el dicho “divide y reinarás”. Y nada más fácil que distanciarnos de las autoridades, más cuando estamos acostumbrados a exigir y no a aportar.

2. Así como lo habla el PNL, la ley de atracción, la física cuántica, el merecimiento y otras corrientes sicológicas, religiosas y esotéricas que también compartimos en redes buscando generar conciencia positiva de convivencia y proyecto de vida, pero que si nos fijamos pocos y poco aplicamos, lo negativo atrae negativo, y lo positivo atrae positivo.  SIN DUDA

Si a título personal, y dándonos la oportunidad de escuchar por qué cuando nos dicen las diferentes instituciones gubernamentales y militares sobre la importancia del denuncio, hacemos una lista del por qué y para qué quejarnos en redes sociales y no donde corresponde, poniendo columna de lo que queremos lograr y otra de lo que realmente genera, tal vez mucho se unirán a lo que hoy pienso, y no porque nos lo diga la autoridad, y mucho menos por que lo diga yo, sino por nuestro propio convencimiento. O ¿tienes confirmación de que por una denuncia pública tuya se haya capturado a un delincuente? Les dejo para que piensen

      3. En mi experiencia en trabajo de fortalecer reputación, una de las premisas básicas es trabajar en las relaciones y en saber qué queremos comunicar, por qué y para qué. ¿Qué logro con comunicar en redes sociales las quejas? Algunos dirán que alertar a familiares y amigos, o “denunciar” a las autoridades por su “ineptitud”. ¿Pero no creen que advirtiendo a las autoridades les damos más herramientas para atacar que esperar a que tal vez se den cuenta en redes e intenten intervenir cuando el hecho está finiquitado?

Sé que tenemos en nuestro imaginario que denunciar no sirve, pero somos los civiles los que creamos las leyes y las normas, y buscando la transparencia y con el fin de evitar el exceso de poder, se crean normas que limitan el actuar contra la delincuencia. Y uno de los hechos que más lo limitan es ese precisamente, la falta de denuncia que legitime un procedimiento. Y si no confiamos en nuestro cuadrante o tenemos miedo a que nos identifiquen, pues muy sencillo, existen las especialidades como el GAULA, SIJIN, por mencionar algunas que trabajan en desarticular todo grupo delincuencial; o también podemos llamar al 123 o el APP de Seguridad en línea, a través del cual podemos hacer denuncias anónimas y penales, sin tener que trasladarnos de nuestra lugar, y con la seguridad de que vamos a ayudar a la tranquilidad de nuestra ciudad. Y si nos sentimos mejor, también funciona en parte como red social.

En otras ocasiones ni siquiera es problema de credibilidad, simplemente pensamos que con tantos procesos arrumados en la fiscalía, para qué denunciar el hurto de un celular, de una reja o de una billetera. Minimizamos el hurto, pero no nos damos cuenta que esos datos que demos de ese celular que tal vez no es ni de alta gama, permite identificar bandas criminales y formas de operar de las mismas, por lo cual esa denuncia aparentemente insignificante se puede convertir en la clave para desintegrar toda una organización delincuencial. Somos corresponsables al denunciar, porque podemos evitar que vuelva a pasar, y por qué no, recuperar el bien perdido o la situación que genere cualquier tipo de  delito.

      4.       Criticamos a la Policía si no requisan a ese que estigmatizamos como delincuente de esquina, con razones o solo por apariencia, sin evidencia, sin denuncia y sin estar cometiendo delito alguno, y expresamos de manera enérgica que posiblemente podemos ser víctimas (posiblemente),  e incluso nos extrañamos si para generarnos percepción de seguridad no se los llevan para las estaciones, pero nos enojamos y nos da pereza cada que nos para un retén. Y hasta es común comentarios como “¿Y es que me vieron cara de delincuente? ¿o qué?”, argumento que también podría usar el otro. Y sin duda hay casos en que se confirma conocimiento ciudadano de las acciones delincuenciales de un sujeto, lo que hace más sorprendente escuchar o leer esas críticas, cuando nosotros mismos les atamos las manos a las autoridades al no denunciar, para generar precedentes y herramientas para intervenir.

    5.       También me ha tocado ver en todo tipo de estrato, cuando la Policía llega a generar un procedimiento policial para capturar o aprehender a algún ciudadano, y somos los mismos ciudadanos los que impedimos que se generen estos procesos. No una sino muchas veces vi como después de requerimientos de presencia policial por el consumo de sustancias alucinógenas en los parques y zonas comunes de todos los estratos, lo que abre puertas al microtráfico, al hurto y otros delitos, son las familias las que impiden los procedimientos, con frases como “consumir no le hace daño a nadie” o negando la actividad ilícita que motivó el accionar.  En varias ocasiones generando disturbios o reacciones violentas contra la autoridad. Vemos los delitos del otro, pero minimizamos los cercanos. Es complejo y este es solo un ejemplo.




Es muy fácil compartir un meme o frases que aluden a la coherencia del pensar, actuar y sentir. Seguramente yo misma he sido incoherente en muchas situaciones de mi vida, pero una vez somos conscientes de esto mal hacemos en ignorar y comenzar a corregir nuestros hechos.

Yo misma he vivido en MUY POCAS ocasiones de la omisión algunos funcionarios encargados de mi seguridad como ciudadano, aun sintiéndome en peligro y con la cercanía que tengo con la institución policial, pero eso no hace que me quede en el error de alguna persona que no sabe o no quiere cumplir con su responsabilidad, como dije antes, los buenos son muchos más y hay otras formas de proceder. Es mi responsabilidad no la de quejarme públicamente y señalar a alguien en particular que va a afectar la imagen, credibilidad y respeto de muchos otros más que literalmente se matan por nuestro bienestar, si no voy a seguir el conducto regular, ahí sí creo que es mejor callar.


 













miércoles, 15 de junio de 2016

Barrismo, una gran oportunidad de generar Responsabilidad Social Empresarial, cultura ciudadana y marca

Anoche mi hijo de 16 años fue abordado por 7 jóvenes de la denominada Banda Pirata del Atlético Nacional, además de buscar como trofeo el buzo del DIM que llevaba puesto, se quedaron con su mochila, billetera y bicicleta. 7 jóvenes con edades cercanas a los 20 años que con la excusa de “hacer sentir el territorio de su equipo” se convierten en delincuentes y ellos no solo no se dan cuenta, se creen héroes. ¿Barristas? ¿Ampones? ¿Desadaptados? No me atrevo a darle nombre, pero sin duda con un apellido, y este es el nombre de un equipo.

Más allá de acusar a un color, hoy quiero hacer una invitación a quienes realmente son dueños de los escudos, y son los dirigentes de los equipos. Cada que sale en las noticias o en redes sociales una denuncia de un hecho violento asociado a hinchas con un escudo definido, se está asociando la palabra delincuencia al equipo como marca. Es muy común oír en la calle  “los delincuentes… los pillos… los desadaptados del equipo x”.

Esto es algo que cada vez se arraiga más al inconsciente de la comunidad en general, y lo que algunos asumen como apoyo a su equipo, realmente es contribuir a afectar las arcas del club, y la tranquilidad y seguridad de una ciudad. Dos hechos que sin duda afectan el desarrollo económico de equipo y sociedad.

¿Por qué digo que afectan las arcas del equipo? Muy sencillo, al generar una sensación de inseguridad alrededor de las actividades del estadio, esto hace que más personas quieran ver los partidos en una pantalla que vivir la fiesta del fútbol. Por otra parte, en términos de mercadeo, son menos los artículos de merchandising que se venden al producir miedo el porte de estos en la calle, además de cerrar opciones de eventos para el grupo familiar, que es un público con mayor capacidad de adquisición que solo jóvenes dependientes. Si mi negocio es el fútbol y este se relaciona con inseguridad, es una fórmula muy sencilla para disminuir en alto porcentaje de público objetivo de mi marca.

Soy consciente que en el país se han hechos esfuerzos por bajar los ánimos violentos que genera en ocasiones las pasiones. Se han sentado a dialogar los líderes de las barras con equipos y administraciones, pero ¿hemos logrado sensibilizar la cultura barrística? Tal vez ahí nos falta mucho y somos estado, equipos y ciudadanos los llamados a actuar. Pero hoy la invitación es más para los equipos, pues además del placer de saber que construyen ciudad, mejoran sus ingresos.

Si bien, en mi corazón hay un gran dolor por lo que vivió mi hijo, a causa de seguidores de mi propio equipo, al que yo sigo. Hoy mi queja la quiero convertir en una propuesta propositiva, una invitación no solo a reflexionar, una invitación a un trabajo específico de responsabilidad social, que fortalezca imagen, reputación y economía de los equipos, y como no, de la ciudad.

Normalmente cuando las empresas hablan de Responsabilidad Social Empresaria (RSE) se hablan de proyectos específicos a través de fundaciones y temáticas específicas con lo que se considera labor social o ambiental. Y sin duda el trabajo con niños, enfermos y reciclaje es importante, importante, importante. Soy una convencida de que complementario a esto que ya se ha definido como política en las organizaciones, hay otras acciones que no requieren inversiones adicionales, solo un interés en el enfoque comunicacional.

Cuando hablamos de reputación de marca, sin duda la interacción con las audiencias es algo fundamental, y como yo digo, la gerencia de la comunicación es la gerencia de los detalles. En este caso el detalle que invito a observar es el enfoque de los mensajes que damos cuando estamos interactuando. Podemos crear concursos para lograr entradas, podemos rifar camisetas, etc., todas esas actividades que hoy se hacen desde mercadeo, pero la forma de lograr esos premios puede cambiar el discurso, y esto no cuesta más.

Al hablar de reputación de marca, sin duda esta se asocia a lo que somos, lo que reflejamos, lo que interactuamos y lo que actuamos. ¿Cómo es el hincha que quiere el equipo?

El que va al estadio a alentar al equipo. El que invita a sus amigos a ver al equipo. El que lleva a sus hijos para que se enamore del equipo. El que tiene mente ganadora así su equipo no esté ganando. El que todos quieren ser como él. El que quiere y puede invertir en el equipo. Etc. Estas me imagino yo que son algunas características de lo que muchos equipos quieren, y si observamos, en otras palabras queremos hinchas líderes y ejemplo, que se conviertan en referente de un equipo.

¿Será que así son los hinchas que hoy tenemos en nuestro imaginario? Si preguntamos, hoy se asocian los hinchas al joven temerario, que asusta y del cual me alejo en la calle cruzando de andén, para evitar que me pase algo. El que pide plata de manera temeraria para poder ver un partido, entre otras.
Bueno, pues una vez se tenga claro el perfil del hincha que tenemos y el que queremos, debemos comunicarlo, pero interactuando, abriendo puertas a conversaciones que de manera simbólica, natural o comercial, me invite a querer parecerme, para sentirme realmente hincha de mi equipo.
Una herramienta que hoy es muy fuerte para generar esa interacción son las redes sociales. Aquí ya tenemos una herramienta inicial. Estas son usadas también para el posicionamiento de marca. ¿Por qué no definir una estrategia de mercadeo que hable del verdadero hincha, del hincha que queremos ser? Exponer, interactuar y vivir los valores del personaje que queremos. Desde la cotidianidad de la comunicación diaria, con un lenguaje claro, definido y temerario, no por violento, sino por seguro, imponente y coherente.

¿Cómo hacerlo? Hay muchas formas, y depende de lo lejos que quiera llegar cada equipo. Y si bien esto parece una propuesta de comunicación o mercadeo, yo lo veo como un proyecto de RSE, porque si somos capaces de medir la disminución de hechos violentos asociados al uso de prendas del equipo, si podemos presentar el incremento de familias que lleguen al estadio como un espacio de socialización y bienestar social, si podemos lograr que las tribunas no paren de cantar coros alentadores, imponentes y retadores, pero sin discurso violento, podremos decir que estamos contribuyendo a construir una sociedad tolerante, menos violenta y más competente. Esto también es responsabilidad social empresarial.

Es otra forma incluso de contribuir a mejorar la seguridad de nuestra ciudad. Ahora sí, y como mamá de un barrista, me preocupa cómo la mentalidad de los jóvenes comienza a corromperse desde el mismo momento que duran 90 minutos cantando insultos a autoridades y equipos, letras que hablan incluso de muertes.  Desde el PNL está comprobado que repetir mucho un discurso hace que nuestros cerebros se los crean. Y no me considero moralistas, pero de tanto gritar matemos, que mueran, etc., todas esas expresiones violentas y agresivas, hacen que el más mínimo momento de calor, ese mensaje cale y se lleve a la acción. Lo que mucho decimos, terminamos creyéndolo. ¿Cómo no va a ser responsabilidad social empresarial ayudar a construir mentes fuertes pero tolerantes, respetuosas y comprometidas? Esto también es medible, y además de dejar mayores dividendos para los equipos, ayuda a construir sociedad.



miércoles, 18 de marzo de 2015

Una mirada a mi ciudad desde la ruralidad

Cuando volví realidad ese sueño de vivir en el campo, a mi alrededor mucha gente se alegró pero al mismo tiempo se asustó. ¿Cómo una mujer sola con un hijo adolescente se alejaba de la ciudad a vivir en un espacio rural? ¿No te da pereza manejar 40 minutos diarios para llegar a la casa? ¿No te da miedo? ¡Ahora si te vas a quedar sola!

Así han sido los comentarios más recurrentes de las personas cercanas. Bueno, también la alegría de saber que tenían donde llegar si querían pasear.

Pero luego de más de 9 meses de haberme pasado, creo que hoy puedo hablar con más propiedad de lo que para mi significa vivir en el campo. A pesar de que en mi infancia ya lo había hecho, creo que la visión actual es mucho más completa.

A las preguntas que me hacían y me siguen haciendo, porque son recurrentes, las respuesta son claras:
  • ¿Cada cuánto recibía visita en mi casa antes de vivir en una finca? Mi papá me visitaba una vez al año y regañado, mis amigos...... En mi casa campestre he recibido amigos y familiares que nunca llegaron a ir a mi casa en la ciudad. No me siento tan sola. Incluso pienso que a veces se siente más solo estar rodeado de gente que no conoces, que rodeado de árboles que te susurran. En una finca nunca hay tiempo de aburrirse, lo que falta es tiempo para disfrutarla. 
  • Para llegar a mi anterior hogar me demoraba hasta dos horas en un trancón, como no disfrutar 40 minutos sin detener el carro.
  • Y respecto al miedo... Tantos años viviendo sola antes de casarme y luego del divorcio, creo que me han enseñado a no sentir miedo. La sensación de seguridad es las misma. Me da más miedo pensar que regreso a la ciudad donde mi hijo es más propenso a ser víctima de un atraco. Y la verdad es que aunque en el campo también hay problemas de seguridad, las personas son más tranquilas y eso me da paz.

Pero en fin, este escrito no es para dar las explicaciones que a diario doy, sino para expresar lo que me ha enriquecido el haber tomado la decisión.

Por mi trabajo, permanentemente recorro todas las comunas de Medellín, tengo la oportunidad de hablar con la gente y una de las cosas que me impresionan es que nos acostumbramos a vivir con "lo malo" independientemente del estrato.

Cuando menciono lo malo, me refiero a que se vuelve común que en los barrios de estratos bajos los niños hablen de armas, de drogas, de sicarios o de violencia intrafamiliar,  como si fuera algo normal.  ¿Normal? ¡No debería ser así!  

Por las condiciones económicas, los niños y niñas pasan mucho tiempo solos, y se vuelven presa fácil de una realidad violenta que es difícil borrar. Ahí es donde veo que los problemas de seguridad no  se solucionarán tan rápidamente como quisiéramos. Pero si llego a un barrio de clase media, también me encuentro que es "normal" que te roben el celular o la moto, que nos callemos los problemas de violencia intrafamiliar porque nadie se debe enterar, y el "importaculismo" de lo que le pase al vecino, es una realidad.

Y esa indiferencia por el otro también ocurre en los estratos altos, donde el exceso de trabajo, la congestión de los carros, y la presión que se ejerce en los altos cargos, hace que cada vez las familias compartan menos reunidas, y la ausencia se vea reflejada en ciertas rebeldías de jóvenes y adultos, quienes el estrés por llevar tal ritmo de vida, genera otras problemáticas que se intentan esconder al interior de las familias.

Con lo anterior, ya veo mucho valor en vivir en el campo. No solo la vida es más tranquila, así que al salir del estrés del día a día, llegar a un cielo bien estrellado, luego de haber pasado por un bosque, ya hay un gran descanso. El tener que esperar a mi hijo o viceversa, nos da mínimo 40 minutos de conversación diaria para saber qué hizo cada uno en el día, antes de que el noticiero o el programa de turno nos robe la atención al llegar a casa.

Y a diferencia de mi antigua unidad donde vine a conocer mi vecina inmediata 2 años después, si a mi casa se entra una vaca o algún caballo, de inmediato me llama algún vecino preocupado por que no se me vaya a dañar lo sembrado. Mi hijo no oye hablar de muertos y amenazas, y si algún día pasa un rato solo, hasta almuerzo le ofrecen o se apunta a algún sancocho. 

¿Me siento insegura? Jamás, lo que me siento es segura de ofrecerle a mi hijo la oportunidad de vivir y sentir el privilegio de VIVIR.

Pero el campo también tiene sus problemas, claro, y problemas sociales, lo que genera una gran responsabilidad en quienes llegamos a invadir espacios en los ambientes rurales. 

Muchos de los jóvenes que viven en el campo quieren irse para la ciudad, y en parte por lo que ven de nosotros los citadinos que llegamos los fines de semana a pasear o los que llegamos a quedarnos. Pues a veces los deslumbramos con un carro o algún estilo de vida que no siempre brilla, más si revisamos lo que dije antes. Además, no se dan cuenta de la falta de oportunidades que muchas veces hay en las ciudades grandes, con el nivel escolar que por lo general alcanzan en las zonas rurales.

En temas sociales como ambientales, los llamados neocampesinos, o citadinos que llegamos a vivir al campo, debemos entender que nuestra misión es cuidar nuestro nuevo entorno, y, ojalá, convencer de que no abandonen los espacios rurales a estas nuevas generaciones que quieren abandonar su propio paraíso. En ocasiones son los cambios culturales los que atropellan el ambiente social del campo. Es así como debemos llegar a adaptarnos y no a imponernos. Y aunque parezca absurdo, también debemos llegar a enseñar temas ambientales, pues es normal que el ser humano se acostumbre a su entorno y no valore la riqueza que lo rodea, lo que es el principio de cómo comenzamos a acabar nuestras ciudades.  

Y suena curioso, pero hace apenas unos meses, cuando decoraba con Navidad mi casa, una niña campesina me invitó a recoger musgo. Cuando le dije que debíamos cuidarlo y que era un delito ambiental, a ella le costaba entender el por qué, ya que como me decía: "aquí hay mucho de eso". Y es en ese tema ambiental, donde debemos compartir nuestro "mundo", lo que hemos visto, vivido y sentido en nuestros viajes y vida, para promover el arraigo y cuidado de nuestras tierras, que tanta falta le hacen al planeta.

Cuando oigo hablar de seguridad a diferentes personas y organismos en mi día a día de trabajo, he escuchado muchas veces la importancia de trabajar con los niños, pues es con ellos que hay más esperanzas de cambiar mentalidades. Pues para mi el campo es el niño de nuestro territorio, con el cual debemos trabajar para fortalecer nuestra país, desde aspectos sociales, económicos y ambientales, entre otros. Es en la esencia donde encontramos la magia de la vida. Y si vemos nuestra actualidad nacional, es donde realmente está la esperanza de la PAZ.


Nunca he sido amiga de las armas, no tengo, no había tenido cercanía a ningún tipo de fuerza armada, pero siempre he creído en el compromiso y en la corresponsabilidad. Inicié mi vida rural casi a la par con mi experiencia en la Secretaría de Seguridad. Experiencias que agradezco a la vida, para entender mejor mi ciudad e incluso la misma ruralidad. Cuando vamos a fincas poco paramos a observar cómo vive el campesino y cual es su necesidad. Hoy conozco no solo a mis vecinos, siento que conozco mejor a mi ciudad, y a la institucionalidad.

Menciono esto, porque gracias a mi trabajo he aprendido a ver diferente el campo, gracias al trabajo de los organismos con que comparto procesos, y aunque a veces me hacen comentarios jocosos por lo que he aprendido a valorar de los Carabineros, hoy contesto con orgullo Dios y Patria, porque si hay una institución que conoce de las problemáticas del ciudadano rural, se compromete tanto en lo social, como lo económico y como no la seguridad, son ellos. Un trabajo que admiro, y me ha ayudado a ver lo que hoy escribo. Y si en algo me siento identificada con ellos, es que tienen mucho de citadinos, e independiente de don de vengan, son una hermosa generación institucional, con una visión integral de neocampesinos.

Sin duda alguna, tanto vivir en el campo como en la ciudad tienen una serie de ventajas y desventajas, según los intereses y gustos. Pero lo que he vivido en estos meses, y ver lo feliz y sano que es mi hijo, cada vez me convence de que vivir en el campo no solo es una bendición, sino un privilegio. Para una mujer como yo, que estoy sola con mi hijo, la vida en el campo es mi mejor elección.